Aunque ya haya pasado su día, no quería dejar pasar la ocasión de saludar a esos seres maravillosos que dedican su vida a enseñar. En especial –y porque el blog nos convoca- a las maestras jardineras de J y F. A Lili, Coty, Flor, Meli, Rita, Belu, Ale, Miss Mariana y tantas auxiliares que no recuerdo sus nombres, así como a Claudia y Tute que además de directoras son maestras. Graaacias por hacer de mis pequeños hombres bonsái, hombres de bien en desarrollo. Ayer, justamente por tener que oficiar yo de “maestra” sustituta fui testigo de algo maravilloso que llenó tanto de orgullo, que rompí mis ropas cual “Increíble Hulk”.
Estábamos a la tarde en la plaza, jugando con la palita, rastrillo, autitos y demás chiches de arena. Paréntesis. Odio la arena. Si algún día soy Jefa de Ciudad de Buenos Aires prometo azulejar todas las plazas. Y si me vienen con que los chicos necesitan la arena para amortiguar los golpes y caídas. Les pongo a todas el piso ese de goma de las plazas blandas. Pero yo por algo no vivo en la costa. Detesto que el nene se me convierta en un arenero móvil y “contagie” su mugre a toda mi casa. Por eso, mejor volvamos a lo lindo que les iba a contar.
Estaba jugando lo más bien en la plaza cuando se le acercan dos nenes de a simple vista su misma edad. Yo les digo cordialmente que si pueden usar los chiches de Joaco. Toda madre sabe que prestar los juguetes en los areneros es casi regla de urbanidad. Así que ahí se me casi instalan los tres y en no poco más de 10 segundos estalla la guerra entre los dos nuevos por la palita de Joaco. Tironeos, llanto, empujones… etc. Como de ambas madres ni noticias. Les dije que jugaran los tres juntos, un ratito cada uno etc, etc. Como no los persuadí, llegaron madre 1 y madre 2. Madre uno dice cordialmente a hijo que la deje para jugar entre los 3. Madre 2 (tarada a pedal) arranca con grito: ¿De quién es la pala? Yo pienso para mis adentros. ¿Qué importa si sabés que de tu hijo no es? Y respondo casi sobradora. Es de mi hijo (mientras lo señalo) y se la presta. Ambos hijos siguen la pelea. Ahí interrumpe Joaco: “Chicos no se peleen. Es para compartir” (dixit). Madres 1 y 2 me miran con una mezcla de sorpresa, admiración y odio. Yo les digo que hace poco comparte. Que debe ser porque le insisten mucho en el cole. Luego, le insisto a sus retoños: Claro, es para compartir, hagamos algo entre los 3. Madre dos: Dale X, vamos a buscar tus chiches y juegan los 3 acá. Yo estoy allá con tu hermano. Otra vez pienso para mí: Dale, vos relajá (irónica). Yo no soy tu niñera! Sino pagame! Mientras madre 2 y X van por sus chiches, Madre 1 trata de convencer a su hijo de que no llore y juegue con otra cosa. Ahí salta otra vez Joaco a Niño 1: ¿Y? ¿Ya te calmaste? (yo ahí morí de risa para adentro) Madre uno me mira azorada y pregunta qué edad tiene Joaco. Respondo tres y ella dice, el mío también bajando la cabeza. Vuelve niño 2 trae un camión, Joaco se lo pide prestado y el muy maleducado no se lo presta (Vale aclarar que Madre 2 no hizo nada). Igual de maleducada). Joaco, haciendo puchero me dice: Estoy triste porque no me lo prestó. Y como buena madre rencorosa le digo “Ok, cuando venga por la pala no se la des.” Eso de la otra mejilla no va conmigo.
Definitivamente las seños de mi Joaco hicieron un excelente trabajo. Enseñar normas de cortesía nos hace más sociales. Esa es la famosa buena educación que propicia el roce social. Eso convierte a alguien en persona, en señor o señora más allá de títulos rimbombantes, universitarios o especialidades académicas. Será por eso que en cada frase que dice y cada palabra actitud que toma, veo el éxito de estas seños. Seños, que además de enseñarle a él a ser mejor persona, también me enseñan a mí, a tratar de ser cada día mejor mamá. Gracias por estar ahí siempre!!!