Hoy
casi 4 años después, es él el que camina -y corre- por esos
pasillos. A él lo saluda mucha más gente que a mi. Y la verdad es
que no puedo dejar de emocionarme. Cada vez que lo voy a buscar o en
la actividades que nos invita a participar del cole (clases abiertas,
festejo de cumples, día de la familia, etc.) siempre termino
pensando en ¿cómo habré sido yo a esa edad? Y casi no me reconozco
estando hoy del otro lado.
Hace
como 33 años era yo la que entraba al jardín de la mano de mi mamá,
la saludaba con un beso y entraba a jugar. Yo conocía esa parte...
la de quedarse y jugar con bloques, muñecas, jueguitos de té, tomar
la merienda, compartir cuentos y juegos con amigas. Y ya en ese
entonces me acompañaban hermanas de la vida a las que hoy sigo
viendo.
Después entre la primaria y secundaria el
grupo se fue nutriendo de gente maravillosa que lo hizo crecer tanto
y al mismo rito que lo hicimos nosotras. Cada año nos sorprendió
con nuevas anécdotas: los recreos, las rateadas, los retiros en la
quinta de las monjas, las excursiones, las fiestas de 15, las de
amigos de una amiga, las noches de boliche, otras tantas de
confesiones, la caravana de Bariloche, las borracheras tremendas de
la vuelta, los días, tardes y noches de aguantes, los viajes de 3 hs en que
nos devoramos la comida de tres días, los de fríos ojetudos y termas
(yo posta ahí creí que quemábamos etapas, pero las banqué igual).
Nos unen kilómetros de campo, de barro, de piletas, metidas adentro
de panzas, felicidades inmensas, litros de mates, algunas pavas sin
prender el fuego, y todos con bizcochos de la panadería de siempre
esponsoreados por Iva (Con lo que le morfamos en 30 años creo que le
debemos Publicidad gratis de por vida!). Durante estos casi 13 mil
días compartidos, vivimos idas y venidas de novios, de vacaciones de
amigas, de playas, de más boliches, de pérdidas de micros, de
olvidos de carpas, de bailes en la arena de río, con más mates y
algún juguito porque hacía calor. Más tarde llegaron las
despedidas de soltera, la lluvia de arroces de casamiento, y
volvieron las noches de bailar hasta el amanecer y terminar roto al
día siguiente vaya uno a saber dónde!
Fiestas que tarde o temprano traerían nuevas panzas, pero de las únicas que nos gusta tener. (Y solo hasta los 6 o 7 meses, después son muy molestas!) Al tiempo, vendrían los bebés, las estrías, los llantos (propios y de hijos) que por suerte se alternaban con complicidades y carcajadas hasta las lágrimas de felicidad... Y lo mejor: siempre, siempre, pero siempre, ellas estuvieron, están y estarán ahí para lo que cada una necesite.
Fiestas que tarde o temprano traerían nuevas panzas, pero de las únicas que nos gusta tener. (Y solo hasta los 6 o 7 meses, después son muy molestas!) Al tiempo, vendrían los bebés, las estrías, los llantos (propios y de hijos) que por suerte se alternaban con complicidades y carcajadas hasta las lágrimas de felicidad... Y lo mejor: siempre, siempre, pero siempre, ellas estuvieron, están y estarán ahí para lo que cada una necesite.
Entre
lágrimas veo estas fotos y es imposible no asociar todo lo vivido a
los juegos, abrazos, destrezas y canciones que Joaco comparte con
Justo, Manuel, Tomy, Martín, Gastón. Y deseo con todas mis fuerzas
que ellos sean como ellas. Que ese grupo de pequeños hombrecitos
bonsai, el día de mañana le den tanta felicidad, amor y contención como el que las Viejas Locas me dan a mi. Que lo llenen de momentos
inolvidables, que se ayuden a crecer mutuamente, que lloren, que
rían, que se dejen sorprender, y que aunque en algún momento elijan
destinos diferentes, no dejen de verse.
Algunas
veces es maravilloso cuando coincidimos madres e hijos en la salida
del colegio, y nos vamos caminando en patota hacia la avenida y los
chicos van de mano, charlando convidándose chocolate, muñecos o
risas. Y cuando cada uno va hacia un lado distinto, se saludan Hasta
mañana con esa voz única de código de amigos. Y es que se nota
tanto ese amor sincero que se tienen. Se lo ve clarito en esos ojos,
esas manos inquietas en alto, esas mejillas rojas de carcajadas
abiertas, esas miradas cómplices.
Y
cuando nos quedamos solitos, lo primero que le pregunto es ¿Qué
hiciste con los amigos hoy? Y el Joaco (ya todo un grande) me
responde. Mamá vamos a sentarnos a charlar y comer un alfajorcito en
la plaza. Y así, inventamos este ritual en el que me cuenta que
corrieron carreras con Justo y Manuel, o pintaron con sus deditos, o
jugaron autitos que trajo Tomy o te muestra emocionado que se trajo
el libro de Martín para leer a la noche, y cuando nos levantamos se
banco de plaza, a minutos de haberse despedido de sus amigos,
mientras caminamos hacia el colectivo, me dice: Ma, y si vamos a la
casa de Manu?
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