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martes, 12 de mayo de 2015

Una netbook arriba de un cajón de manzanas

Juan, 8 años, haciendo sus deberes desde su PC portátil en el trabajo de mamá: la verdulería. Noto como cada client@ que entra lo mira y le da ánimos para que siga estudiando y su madre sonríe mientras no deja de atender muy amablemente. En sus ojos puedo reconocer el cansancio de las largas horas que implica el negocio, levantarse muy temprano, ir a buscar mercadería, ponerla en condiciones para venta y entre todo eso, además preparar a Juan para ir al cole, llevarlo, traerlo, ayudarlo con la tarea y entretenerlo para que no se aburra hasta las 21:00 que cierra.

Algo parecido hace Ramona, de nacionalidad boliviana quien recorre barrios enteros ofreciendo sus plantines en un carrito similar al de los cartoneros, con sus guaguas encima. Una dentro del carrito va "cuidando" las plantas. La menor, colgada de su espalda con esos portabebés conocidos como Wawitas o Maminias, de colores vivos, muy de su patria. La tirantez de la Wawita y el esfuerzo para empujar el carro me dicen que Ramona hace un esfuerzo enorme para vender y compartir el día junto a sus hijas. Pero rara vez la vi enojada con ellas.

Similares ojeras puedo imaginarle a Emi o Gaby, dos madres que eligieron trabajar desde sus casas (muchas veces de noche) para cuidar a los chicos. "Cuando era más chico y dormía siestas largas era más fácil". Ahora apenas pueden trabajar cuando juega tranquilo, o recién cuando se duerme, desde las 22:00 en adelante. Vienen a mi mente miles de imágenes repetidas en las casas de venta de comida al peso, o los supermercados chinos, donde siempre hay uno o más bebés en carritos, andadores o en brazos de sus madres, que a la par cobran, pesan y envuelven comida, y todo sin perder de vista a sus niños.

Definitivamente todas algún día después de maravillarnos con el milagro de la vida, tuvimos que sopesar trabajo y familia. Queriendo seguir siendo nosotras pero sin querer perdernos nada de ellos. Muchas reprogramando sus empleos para compartir más horas, otras pidiendo auxilio externo para pasar menos horas, pero dedicarse al 100% en las pocas que pasan con ellos. Algunas pudiendo elegir entre guardería, jardín, niñera, abuela... otras afrontando la que les tocó vivir.

Sea como sea, este dilema no distingue clases sociales. De alguna forma nos iguala y nos hace reflexionar en un mismo sentido: ¿Cómo ser mamá (sin definirnos como buenas o malas, simplemente tratando de ser la mejor que nos salga) y realizarnos más o menos profesionalmente? ¿Cómo estar cuando aprende a caminar, sin perderte un ascenso por quedarte a mejorar un proyecto hasta las 11 pm?

Esto me lleva a mi más tierna infancia cuando mi papá o mamá me llevaban a su trabajo "algún día" porque mi abuela no nos podía cuidar, o porque en el cole no había clases. Yo recorría esos eternos pasillos saludando a miles de amigos de mis papás que me decían que era "igualita a", se reían y pellizcaban las mejillas, o me ponían super incómoda con la famosa pregunta "¿A quién querés más a papá o a mamá?". Después de estas experiencias interminablemente aburridas y olvidables me prometí no llevar jamás a mis nenes al trabajo. Pero ya incumplí. "Ir al trabajo de mamá" visto desde los zapatos de mamá es casi tan feo como cuando lo veía de niña. Una siente que se aburren, incomodan al resto y al final nadie trabaja como siempre. Eso, me llevó a pensar en la mamá de Juan, en Ramona, en Emi y Gaby y solo puedo dedicarles en este post toda mi admiración. Ánimo! Seguro están criando a grandes hombres y mujeres.

sábado, 2 de noviembre de 2013

La amistad y los años

En más o menos un mes Joaco estará terminando su salita de dos en el jardín que, si él y Dios quieren, continuará estudiando hasta terminar la secundaria. Es muy loco. Parece ayer cuando fui al cole super embarazada, y mientras transitaba sus pasillos, le contaba a mi modo que me encantaría que él fuera a ese colegio. 

Hoy casi 4 años después, es él el que camina -y corre- por esos pasillos. A él lo saluda mucha más gente que a mi. Y la verdad es que no puedo dejar de emocionarme. Cada vez que lo voy a buscar o en la actividades que nos invita a participar del cole (clases abiertas, festejo de cumples, día de la familia, etc.) siempre termino pensando en ¿cómo habré sido yo a esa edad? Y casi no me reconozco estando hoy del otro lado.

Hace como 33 años era yo la que entraba al jardín de la mano de mi mamá, la saludaba con un beso y entraba a jugar. Yo conocía esa parte... la de quedarse y jugar con bloques, muñecas, jueguitos de té, tomar la merienda, compartir cuentos y juegos con amigas. Y ya en ese entonces me acompañaban hermanas de la vida a las que hoy sigo viendo. 

Después entre la primaria y secundaria el grupo se fue nutriendo de gente maravillosa que lo hizo crecer tanto y al mismo rito que lo hicimos nosotras. Cada año nos sorprendió con nuevas anécdotas: los recreos, las rateadas, los retiros en la quinta de las monjas, las excursiones, las fiestas de 15, las de amigos de una amiga, las noches de boliche, otras tantas de confesiones, la caravana de Bariloche, las borracheras tremendas de la vuelta, los días, tardes y noches de aguantes, los viajes de 3 hs en que nos devoramos la comida de tres días, los de fríos ojetudos y termas (yo posta ahí creí que quemábamos etapas, pero las banqué igual). Nos unen kilómetros de campo, de barro, de piletas, metidas adentro de panzas, felicidades inmensas, litros de mates, algunas pavas sin prender el fuego, y todos con bizcochos de la panadería de siempre esponsoreados por Iva (Con lo que le morfamos en 30 años creo que le debemos Publicidad gratis de por vida!). Durante estos casi 13 mil días compartidos, vivimos idas y venidas de novios, de vacaciones de amigas, de playas, de más boliches, de pérdidas de micros, de olvidos de carpas, de bailes en la arena de río, con más mates y algún juguito porque hacía calor. Más tarde llegaron las despedidas de soltera, la lluvia de arroces de casamiento, y volvieron las noches de bailar hasta el amanecer y terminar roto al día siguiente vaya uno a saber dónde!
Fiestas que tarde o temprano traerían nuevas panzas, pero de las únicas que nos gusta tener. (Y solo hasta los 6 o 7 meses, después son muy molestas!) Al tiempo, vendrían los bebés, las estrías, los llantos (propios y de hijos) que por suerte se alternaban con complicidades y carcajadas hasta las lágrimas de felicidad... Y lo mejor: siempre, siempre, pero siempre, ellas estuvieron, están y estarán ahí para lo que cada una necesite.
Entre lágrimas veo estas fotos y es imposible no asociar todo lo vivido a los juegos, abrazos, destrezas y canciones que Joaco comparte con Justo, Manuel, Tomy, Martín, Gastón. Y deseo con todas mis fuerzas que ellos sean como ellas. Que ese grupo de pequeños hombrecitos bonsai, el día de mañana le den tanta felicidad, amor y contención como el que las Viejas Locas me dan a mi. Que lo llenen de momentos inolvidables, que se ayuden a crecer mutuamente, que lloren, que rían, que se dejen sorprender, y que aunque en algún momento elijan destinos diferentes, no dejen de verse.

Algunas veces es maravilloso cuando coincidimos madres e hijos en la salida del colegio, y nos vamos caminando en patota hacia la avenida y los chicos van de mano, charlando convidándose chocolate, muñecos o risas. Y cuando cada uno va hacia un lado distinto, se saludan Hasta mañana con esa voz única de código de amigos. Y es que se nota tanto ese amor sincero que se tienen. Se lo ve clarito en esos ojos, esas manos inquietas en alto, esas mejillas rojas de carcajadas abiertas, esas miradas cómplices.

Y cuando nos quedamos solitos, lo primero que le pregunto es ¿Qué hiciste con los amigos hoy? Y el Joaco (ya todo un grande) me responde. Mamá vamos a sentarnos a charlar y comer un alfajorcito en la plaza. Y así, inventamos este ritual en el que me cuenta que corrieron carreras con Justo y Manuel, o pintaron con sus deditos, o jugaron autitos que trajo Tomy o te muestra emocionado que se trajo el libro de Martín para leer a la noche, y cuando nos levantamos se banco de plaza, a minutos de haberse despedido de sus amigos, mientras caminamos hacia el colectivo, me dice: Ma, y si vamos a la casa de Manu?