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sábado, 2 de noviembre de 2013

La amistad y los años

En más o menos un mes Joaco estará terminando su salita de dos en el jardín que, si él y Dios quieren, continuará estudiando hasta terminar la secundaria. Es muy loco. Parece ayer cuando fui al cole super embarazada, y mientras transitaba sus pasillos, le contaba a mi modo que me encantaría que él fuera a ese colegio. 

Hoy casi 4 años después, es él el que camina -y corre- por esos pasillos. A él lo saluda mucha más gente que a mi. Y la verdad es que no puedo dejar de emocionarme. Cada vez que lo voy a buscar o en la actividades que nos invita a participar del cole (clases abiertas, festejo de cumples, día de la familia, etc.) siempre termino pensando en ¿cómo habré sido yo a esa edad? Y casi no me reconozco estando hoy del otro lado.

Hace como 33 años era yo la que entraba al jardín de la mano de mi mamá, la saludaba con un beso y entraba a jugar. Yo conocía esa parte... la de quedarse y jugar con bloques, muñecas, jueguitos de té, tomar la merienda, compartir cuentos y juegos con amigas. Y ya en ese entonces me acompañaban hermanas de la vida a las que hoy sigo viendo. 

Después entre la primaria y secundaria el grupo se fue nutriendo de gente maravillosa que lo hizo crecer tanto y al mismo rito que lo hicimos nosotras. Cada año nos sorprendió con nuevas anécdotas: los recreos, las rateadas, los retiros en la quinta de las monjas, las excursiones, las fiestas de 15, las de amigos de una amiga, las noches de boliche, otras tantas de confesiones, la caravana de Bariloche, las borracheras tremendas de la vuelta, los días, tardes y noches de aguantes, los viajes de 3 hs en que nos devoramos la comida de tres días, los de fríos ojetudos y termas (yo posta ahí creí que quemábamos etapas, pero las banqué igual). Nos unen kilómetros de campo, de barro, de piletas, metidas adentro de panzas, felicidades inmensas, litros de mates, algunas pavas sin prender el fuego, y todos con bizcochos de la panadería de siempre esponsoreados por Iva (Con lo que le morfamos en 30 años creo que le debemos Publicidad gratis de por vida!). Durante estos casi 13 mil días compartidos, vivimos idas y venidas de novios, de vacaciones de amigas, de playas, de más boliches, de pérdidas de micros, de olvidos de carpas, de bailes en la arena de río, con más mates y algún juguito porque hacía calor. Más tarde llegaron las despedidas de soltera, la lluvia de arroces de casamiento, y volvieron las noches de bailar hasta el amanecer y terminar roto al día siguiente vaya uno a saber dónde!
Fiestas que tarde o temprano traerían nuevas panzas, pero de las únicas que nos gusta tener. (Y solo hasta los 6 o 7 meses, después son muy molestas!) Al tiempo, vendrían los bebés, las estrías, los llantos (propios y de hijos) que por suerte se alternaban con complicidades y carcajadas hasta las lágrimas de felicidad... Y lo mejor: siempre, siempre, pero siempre, ellas estuvieron, están y estarán ahí para lo que cada una necesite.
Entre lágrimas veo estas fotos y es imposible no asociar todo lo vivido a los juegos, abrazos, destrezas y canciones que Joaco comparte con Justo, Manuel, Tomy, Martín, Gastón. Y deseo con todas mis fuerzas que ellos sean como ellas. Que ese grupo de pequeños hombrecitos bonsai, el día de mañana le den tanta felicidad, amor y contención como el que las Viejas Locas me dan a mi. Que lo llenen de momentos inolvidables, que se ayuden a crecer mutuamente, que lloren, que rían, que se dejen sorprender, y que aunque en algún momento elijan destinos diferentes, no dejen de verse.

Algunas veces es maravilloso cuando coincidimos madres e hijos en la salida del colegio, y nos vamos caminando en patota hacia la avenida y los chicos van de mano, charlando convidándose chocolate, muñecos o risas. Y cuando cada uno va hacia un lado distinto, se saludan Hasta mañana con esa voz única de código de amigos. Y es que se nota tanto ese amor sincero que se tienen. Se lo ve clarito en esos ojos, esas manos inquietas en alto, esas mejillas rojas de carcajadas abiertas, esas miradas cómplices.

Y cuando nos quedamos solitos, lo primero que le pregunto es ¿Qué hiciste con los amigos hoy? Y el Joaco (ya todo un grande) me responde. Mamá vamos a sentarnos a charlar y comer un alfajorcito en la plaza. Y así, inventamos este ritual en el que me cuenta que corrieron carreras con Justo y Manuel, o pintaron con sus deditos, o jugaron autitos que trajo Tomy o te muestra emocionado que se trajo el libro de Martín para leer a la noche, y cuando nos levantamos se banco de plaza, a minutos de haberse despedido de sus amigos, mientras caminamos hacia el colectivo, me dice: Ma, y si vamos a la casa de Manu? 

martes, 27 de agosto de 2013

¿Sobreprotectoras?


A la hora de dejar a nuestro hijo, las madres somos capaces de hacer cual-quier-cosa. Googleamos jardines maternales cerca de casa o el trabajo. Preguntamos a amigos y compañeros. Leemos foros de madres para ver si lo que dice la web del jardín es verdad. Desconfiamos. Consultamos al pediatra. Llamamos a mamá (y porqué no a tu suegra) para contarle y ver qué opinan. En una de esas les da lástima y te ofrece cuidarlo ella. Recordás un par de desaciertos (como limpiarle la boca con el trapo de la cocina u… ). Pensás que está grande y merece disfrutar su tiempo como se le antoje. Además seguro le pone tele todo el día y al chico le van a quedar los ojos cuadraditos.

Entonces evaluás la posibilidad de una niñera, queriendo creer ilusamente que ella sí le va a hacer estimulación temprana, en tu casa, calentito, sin tener que salir a la calle que un freezer ni pescarse las mil y una pestes de los jardines. Pedís referencias. Bah, antes que nada evaluás costos. ¿La dejarías sola con los chicos? Ahí te agarró el miedito. Recordás historias truculentas de pelis, noticias varias y malas experiencias ajenas y como cuando perdés en un juego, volvés al principio.

Te decidís a hacer una investigación super exhaustiva, a lo Agatha Christie, de los jardines maternales, pensando que lo mejor es que interactúe con otros chicos. Navegando, preguntando o simplemente caminando por el barrio, te hacés de 3 o 4 lugares para visitar. Coordinás con las directoras y vas. El primero pinta bien. Pero cuando te muestran la sala donde va a estar parece más chica que tu baño. Encima la directora te aclara que “para no molestar a los chicos” el horario obligatorio es de 8 hs (sin excepción). Lo que significa que nunca podés ir a sacarlo antes, ni darle de comer si estás cerca y podés salir a mediodía. Sí, o sea no te dejan ver a Tu Hijo. Eso es comodidad para las maestras! No me jodan Hijas de Hitler! Segundo jardín: la sala es grande, el horario es flexible pero la seguridad menos 10! Un bebé no salió a la calle porque vos (absoluta desconocida de la casa) le cerraste la puerta. Descartado. 3er jardín (apuuren que se me acaba la lincenciaa!) todo mooy lindo, salvo que la luz les llega por carta. Si lo dejo ahí se me deprime. 

Después de encontrar la sala perfecta, con el horario libre, maestras divinas y niños felices… Un día tenés médico y lo terminás dejando una horita solo con la señora recepcionista (que por la edad, podría ser tu madre), de la cual la única referencia que tenés, son los 5 pisos por ascensor que compartieron, donde ni siquiera te habló del tiempo. ¿Seguridad de que salga corriendo con el carrito? Ninguna. Ok, me cuida gratis, pensás. Y no le pone tele porque no tiene. Lo más curioso es que se lo dejás relajadísima. Te hacés el estudio y antes de irte (comprobando que el bebe está enterito y sin un rasguño) se lo super agradecés. Entonces… ¿En cuál situación nos equivocamos?