jueves, 2 de enero de 2014

Hay algún comunicador en la sala?

Desde mis lejanos 18 que mantengo una estrecha relación con la comunicación. Soy Licenciada en Publicidad, Redactora publicitaria y recientemente recibida de Profesora de nivel medio y universitario también en publicidad. Este despligue de laureles no es para hacerme la canchera, ni buscar trabajo (aunque siempre un dinerillo extra viene muy bien, cualquier cosa escriban a: magaliarrigo@gmail.com jaja) y hacer una breve autocrítica de la cantidad de veces que le eché en cara a mi familia que eran muy calesiteros para decir las cosas.

En fin, les cuento lo que pasó hoy. Como muchos padres de clase media, que no cuentan con la ayuda de abuelos u otros parientes cercanos que les cuiden los chicos durante las vacaciones, debemos mandar a mi hijo a la colonia básicamente para poder trabajar. En nuestro caso, elegimos que siga yendo a la guardería donde va desde que tenía 5 meses. El tema es que este año fue allí solo por la mañana, ya que a la tarde iba al colegio donde conseguimos vacante (toodo un triunfo). Y, para no perderla, nos embarcamos en la locura de armarnos nuestra doble jornada partida, con almuerzo en casa con papá. Un delirio que no le recomiendo ni a mi peor enemigo. Hoy 9 meses después puedo decir con orgullo que salimos airosos, pero nos faltaba el cierre del asunto. ¿Cómo hacer para que el niño finalmente deje esta guarde y vaya 8 horas al cole donde finalmente conseguimos vacante en jornada completa. La estrategia: que fuera ahí de 10 a 17 para refrescarse en la mini pile que tienen, disfrutar con sus amigos y el aire acondicionado. Una especie de auto-despedida de la guarde, de esos amigos con los que compartió casi 4 años y las seños que adora.

La cosa es que nosotros lo teníamos tan internalizado, que ninguno de los dos le dijo nada hoy a Joaco por la mañana cuando lo dejamos en la guarde. Entonces, pasó lo obvio. Él creyó que a las 12 pasaba papá a buscarlo para ir a almorzar a casa. Así fue como se juntó solito su mochila y lo fue a esperar a la entrada. Y, por más que las seños le dijeron "Hoy te quedás a comer acá con los amigos, dormís siestita y después viene papá." El muy cabezón esperó un largo rato a papá, no durmió nada y recién se le pasó el alune cuando llegué yo a las 15.30 a buscar a su hermanito (o sea, ni siquiera le tocaba salir, pero me lo llevé por culposa).

Mientras me contaba todo lo sucedido la directora, que estaba en la puerta cuando lo fui a buscar, lloraba por dentro. Me acordé de las 2 o 3 veces que se habían olvidado de irnos a buscar a mi hermana y a mi al cole (boluda grandota era). ¡Qué feíto! Decí que nos dábamos ánimo entre nosotras y a veces, hasta de yapa, ligábamos almuerzo con las monjas. Me sentí suuper mal. Primero porque hoy, podría haber ido a las 12 cuando nos esperaba, segundo porque... era obvio: ni mi marido ni yo le contamos nuestro plan... pobrecito ¿Cómo procesa ese abandono un nene de 3 años? ¡Cuánta angustia! De camino a casa traté de explicarle que mamá y papá habían estado mal, que deberíamos haberle dicho.

¿Para qué estudiaste tantos años objetivos de comunicación y teorías de comportamiento del consumidor? ¿Para qué gastaste tanta guita en apuntes interminables de "emisor - mensaje – receptor"? ¿En cuántas reuniones de cliente interrumpiste diciendo "¿Pero qué quieren comunicar?" Claramente, hoy: se te quemaron los libros. La verdad es que él se olvidó al toque de lo que pasó. Pero a mi me llevó a reflexionar sobre cómo cumplimos tantos roles (mamá, profesional, estudiante, hija, esposa) dividiendo la info en compartimientos estancos. Cómo nos ponemos distintos disfraces cuando salimos o entramos a la guarde, a la oficina, al super, a casa; pero, ¿No se nos ocurre mezclar cada tanto uno con otros? ¿Pensar en cómo decirle esto para que haga tal sin que haga berrinche? Eso también es comunicar. Tratar de que alguien haga algo si yo le ofrezco tal mensaje: casi casi que de alguna manera también es publicitar. Claro, son mucho más atractivos e interesantes los datos de audiencia que nos llegan por mail, o las ideas que ganan premios, salen en la tele o son recordadas por la gente. Pero... ¿qué mejor que usar nuestro laburo para enriquecer la relación con nuestros hijos? ¡Será que al árbol no nos deja ver el bosque? ¡Que lo esencial realmente es invisible a los ojos? ¿Será que la vorágine en la que vivimos nos exige metas tan altas en cada rol, que se nos hace imposible cumplirlas? Aprovechando el inicio del año, me quedo con tratar de combinar trabajo y maternidad. Después les cuento cómo fue.    

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena reflexión!
En su momento, el pediatra me aconsejó que siempre les cuente las cosas aunque crea que no entienden porque en algún nivel lo hacen.
Pero creo que hay mucho de verdad en que la vorágine y la exigencia de la vida laboral mezcladas con la propia exigencia de la vida cotidiana hace que, a veces, hagamos agua en algún área.
Igualmente, entiendo tu culpa... me pasó hace poco con el bebé cuando lo dejé para empezar la adaptación en la guardería. No le avisé, lo dejé un rato y, cuando volví, estaba super angustiado.
Beso, Lady B.