
Vaya a saber uno a qué cráneo gubernamental se le ocurrió la peregrina idea de que a toda madre trabajadora, le bastan 90 días de licencia para prepararse para parir, parir, atender 24 horas a la nueva vida y volver a trabajar como si nada hubiera pasado.
La realidad es completamente distinta. Los días antes morís de ansiedad, ya tenés el bolso listo desde los 7 meses y el día se te hace de chicle esperando que aunque sea cada tanto te una contracción para tener que mirar el reloj. El parto es maravilloso. Pero ya 2 horitas después, estás en el Puerperio. Y sí señora. No es un mito de mujeres sensibles y hombres machistas. La depresión post parto existe. Extrañás la panza, llorás por todo. Si nos pasa cada 28 días por cuestiones mucho menos importantes… ¿cómo no vamos a estar super sensibles por tener un hijo??? Finalmente, pasada la cuarentena, vas cayendo que se te pasó más de la mitad de la licencia. Y ves que tus días no tienen la cantidad de horas necesarias para sumar “trabajo” a tu agenda. Y entonces te empezás a preguntar ¿Qué saco? No me baño, duermo cuando el nene toma la teta y me saco leche cuando venga alguien a visitarme. A ver si así puedo dormir 3 o 4 horitas de corrido y trabajar… medio día (¿?) sin dormirme sobre el teclado.
Pero la hazaña no termina ahí. Ahora empieza la culpa. Que de las 7 horas que trabajás (porque te regalan una por lactancia –¡eso es comprensión!-) 6 y media te aturde repitiéndote que NO ESTÁS. Y aunque vos tengas la cabeza en casa, tenés que ponerte a laburar. Acordarte lo que hacías, cómo lo hacías y tratar de hacerlo más o menos igual. O pasado el año de lactancia te van a rajar -sino encontraste un suplente en tu lugar-. Entonces ya no lo pensás. Sabés fehacientemente que no te va a dar la vida para todo. Y ahí vuelve la culpa. Que te hace llamar cada 2 horas, comprarle ropita, llenarlo de peluches... Y con todo eso, te hacés acordar a tu mamá. ¡Uf! Entonces reflexionás: ya va a cumplir 15 y va a ser él el que se vaya, sin sentir ninguna culpa.